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Palabras

Arnaldo Calveyra, Poesía reunida

Mirada

Selva Alamada, Ladrilleros

Triste final

Carlos Busqued, Bajo este sol tremendo

El nuevo legado de Mario Benedetti

Libros con apuntesl del poeta uruguayo

Despedida

José Emilio Pacheco despide al poeta Juan Gelman

Mirada

Si ella empezó a desperdirse de él cuando nació Pajarito, él empezó a despedirse de ella bajo el sol furioso de un mediodía, mientras descansaba sobre la pala, las patas hundidas en el barro, la espalda ardida; los ojos, dos puñaladas de odio.

(Selva Almada, Ladrilleros, pg. 58, 2013)

Triste final


Eran las cuatro de la tarde. El silencio era casi completo, no soplaba la más leve brisa. Únicamente un sutil entramado de ruidos: terrones de tierra reseca rompiéndose bajo los zapatos, los ratones o lagartijas escondiéndose a medida que ellos se acercaban. A mitad del pasillo principal había una estatua que representaba a Cristo en ademán de alegre bienvenida. La estatua era fea, desproporcionada (las piernas cortas, un torso casi de boxeador, brazos largos, las manos grandes, un poncho gaucho al hombro) y emanaba cierta desolación como esos personajes de Disney mal dibujados en las calesitas de barrio. Con la pala en la mano siguió a su madre hasta la parte más alejada del cementerio. Después de equivocarse un par de veces, la mujer se detuvo frente a una pequeña tumba hundida y sin flores, señalada tan sólo por una cruz de madera muy castigada por los años y la intemperie. En el centro de la cruz había una chapa en forma estilizada de corazón, de color negro y con una borrosa pero legible inscripción en blanco. Dejó la bolsa sobre el piso a un costado.

—Acá es. Pasame la pala.

—Cómo vas a ponerte a cavar vos, te va a hacer mal.

No pudo evitar un escalofrío cuando leyó, pintado en el corazón de lata: “Daniel Molina 2-12-1972/10-4-1973”. Miró a su madre. Ella miraba el suelo hundido.

—Pobrecito, todos estos años bajo este sol tremendo.

(Carlos Busqued, Bajo este sol tremendo, pgs. 72-73, 2009)

Sentidos posibles

Todo cuanto el hombre expone o expresa es una nota al margen de un texto borrado del todo. Más o menos, por el sentido de la nota, obtenemos el sentido que había de ser el del texto; pero queda siempre una duda, y los sentidos posibles son muchos.

(Fernando Pessoa, Desasosiegos, fragmento 148.)

Escrito en el margen


El legado de un profesor de literatura está en sus manos: los subrayados que hizo en los márgenes de los libros que leyó, anotó, estudió y amó a lo largo de su vida. A partir de esta premisa, Miguel Vitagliano reconstruye en Tratado sobre las manos un camino emocional e íntimo en el que la reflexión sobre la literatura y su posible sentido encuentra un cauce afectivo que deposita en el corazón de los lectores.


Por Mara Laporte
Algunos escritores tienen una historia para contar; otros prefieren salir a su encuentro. Miguel Vitagliano se encuentra, sin duda, entre estos últimos. Tratado sobre las manos, su última novela, probablemente sea menos una historia que una búsqueda, un recorrido que parecen transitar a la par el propio autor, cada uno de los personajes y, en consecuencia, el lector, que a lo largo del trayecto no puede sino agradecer el haber sido invitado a la aventura. Hacia dónde va esta historia lo iremos vislumbrando de la mano de Lidia, su protagonista, una maestra retirada que, a los 62 años, sufre la muerte de su marido, Víctor, un profesor de literatura latinoamericana a quien dedicó toda su existencia. En medio del duelo, Lidia comienza a recorrer la biblioteca de Víctor, y es allí donde empieza a mitigar su dolor, reencontrándose con su marido en los subrayados y comentarios al margen dejados por él en los miles de libros que ha leído a lo largo de su vida. Entonces, la idea que se le ocurre a Lidia alcanza la dimensión de su pena: transformar esas escrituras marginales en el último y verdadero libro de Víctor, el que él mismo fue escribiendo en los márgenes de otros, casi sin advertirlo, durante toda su vida. Porque “la muerte era estar quieta y ella estaba viva, y Víctor también, mientras mantuviera sus palabras en movimiento”. Y este proyecto, tan descomunal como maravilloso, acaba reencontrándola no sólo con Víctor, sino también con su propia familia, con quien comienza a reconstruir los lazos de un vínculo que parecía hasta entonces deshecho.

Cita textual

No hay, al principio, nada. Nada. El río liso, dorado, sin una sola arruga, y detrás, baja, polvorienta, en pleno sol, su barranca cayendo suave, medio comida por el agua, la isla. El Gato se retira de la ventana, que queda vacía, y busca, de sobre las baldosas coloradas, los cigarrillos y los fósforos. Acuclillado enciende un cigarrillo, y, sin sacudirlo, entre el tumulto de humo de la primera bocanada, deja caer el fósforo que, al tocar las baldosas, de un modo súbito, se apaga.Vuelve a acodarse en la ventana: ahora ve al Ladeado, montado precario en el bayo amarillo, con las piernas cruzadas sobre el lomo para no mojarse los pantalones. El agua se arremolina contra el pecho del caballo. Va emergiendo, gradual, del agua, como con sacudones levísimos, discontinuos, hasta que las patas finas tocan la orilla.

(Juan José Saer, Nadie nada nunca, 1994)

Reescritura de Jorge Luis Borges


El dieciochazo

 Por William Puente

“A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde…”

 
   Era el lunes 9 de julio de 1973 y, desde los micrófonos de la Radio Sarandí, Ruben Castillo recitaba y volvía a recitar el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejias” de García Lorca. Todos los uruguayos veteranos lo recuerdan, porque si no lo escucharon se lo contaron. Era una convocatoria. Una consigna. Doce días antes, en la madrugada del 27 de junio, Bordaberry había firmado aquel decreto de disolución de las Cámaras legislativas, iniciando una política funcional a los mandos militares. Esa misma madrugada, la conducción de la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) se reunió clandestinamente en la sede de la Federación de Obreros de la Industria del Vidrio y lanzó la huelga general y la ocupación de los lugares de trabajo para resistir al golpe de Estado.

Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.


   
   En la mañana del 27 de junio de aquel frío invierno, Montevideo quedó en silencio como si todo se hubiera apagado. El transporte público no circulaba, las calles sólo eran cruzadas por vehículos militares, las fábricas y los talleres ya habían sido ocupados por los obreros del primer turno y también las oficinas públicas. Se habían paralizado las curtiembres de Nuevo París, los frigoríficos del Cerro, la destilería de Ancap en La Teja, los hospitales, la cervecería del Reducto, las instalaciones de Paycueros y Paylana en Paysandú, las textiles de Juan Lacaze y de Colonia, las facas en los cañaverales de Bella Unión. La FEUU ocupó las facultades. Los trenes no se movieron. El paisito entero se detuvo. Las empresas difundieron comunicados por las radios advirtiendo que los trabajadores que se negaran a cumplir tareas serían despedidos sin indemnización. El ejército desalojó numerosas fábricas, pero los asalariados volvían a ocuparlas, empecinadamente. Las familias respaldaban a los huelguistas desde la calle, llevando alimentos y mensajes o cumpliendo otras tareas. Carteles y pintadas con la leyenda “abajo la dictadura” aparecieron en las paredes de la ciudad y se leían en las fachadas de las fábricas.

Lecturas

Requena, de Alejandro García Schnetzer.

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